Cuando Felipe Portocarrero —profesor principal del Departamento Académico de Ciencias Sociales y Políticas, miembro del CIUP y exrector de la Universidad del Pacífico— conoció a Rosemary Thorp, no imaginó que ese encuentro cambiaría el rumbo de su vida académica.
Fue hace casi cuarenta años, en Lima, durante una de las frecuentes visitas de Rosemary al país. La conoció en la casa de un primo y, apenas conversaron unos minutos, ella lanzó dos preguntas que terminaron marcando un antes y un después: si le interesaba investigar las inversiones públicas del Perú en el siglo XX y si había considerado hacer un doctorado.
Él le dijo que sí a lo primero y que soñaba con estudiar en Francia. Rosemary sonrió con picardía y lo corrigió: “tú vas a estudiar en Oxford y yo voy a ser tu asesora”. Esa frase, que mezclaba humor con una visión precisa de las cosas, fue el inicio de un vínculo profesional y afectivo que se mantuvo vivo —como dice Felipe— hasta la noticia reciente de su fallecimiento.
Con el tiempo, Rosemary se convirtió en una influencia profunda en su manera de pensar y trabajar. Felipe suele recordar que adoptó de ella un hábito que hoy es parte central de su método: “formular preguntas cuando inicio un trabajo, preguntas que son como ejes ordenadores que me ayudan a vertebrar mis argumentos”. Ese estilo sintetizaba bien quién era ella: una académica inquieta, curiosa, en renovación constante, capaz de ordenar la complejidad a través de preguntas simples y potentes.
Para Felipe, Rosemary fue —sin discusión— “la peruanista británica más importante que hemos tenido en toda nuestra historia”. Amó al Perú con sinceridad y profundidad. Se fascinó con nuestra historia, se comprometió con entender las trabas estructurales del desarrollo económico y avanzó en la construcción de una mirada de largo plazo, comparada con el resto de América Latina. Valoraba la interdisciplinariedad, defendía el trabajo colaborativo y era meticulosa en la asesoría de tesis, siempre exigente y cálida a la vez. Tenía un humor británico fino, una alegría contagiosa y una generosidad que marcó a muchas generaciones.
Ese impacto no fue teórico. Para Felipe, su influencia fue decisiva: “si no la hubiera conocido, mi vida académica habría seguido una trayectoria distinta”. Y ese sentimiento lo comparten muchos de quienes fueron sus estudiantes y colegas.
En reconocimiento a esa cercanía con nuestra comunidad académica, la Universidad del Pacífico la distinguió como Profesora Honoraria en el 2016. Ese mismo año se creó un fondo que llevaría su nombre.
La idea del Rosemary Thorp Fund nació de Felipe, durante su sabático como investigador visitante en Oxford. Allí vio cómo los colombianos habían creado un fondo en honor al historiador Malcolm Deas y sintió que Rosemary merecía un reconocimiento similar. Propuso los términos a la Universidad del Pacífico, y fueron aprobados.
En julio de 2016, la UP y la Universidad de Oxford firmaron el convenio que dio inicio a un fondo destinado a impulsar el intercambio académico y promover la colaboración entre investigadores del Perú y el Reino Unido. Desde entonces, visitas de profesores, seminarios y publicaciones conjuntas han mantenido viva la esencia de Rosemary: el diálogo constante y la búsqueda rigurosa.
Hoy, su reciente partida da un tono más íntimo a esta historia. El vínculo entre Felipe y Rosemary no fue solo académico: fue una relación marcada por el afecto, la confianza, la inteligencia compartida y un entusiasmo por entender el Perú que nunca se apagó. Y aunque ella ya no está, queda —como dice Felipe— una gratitud “imposible de borrar”. Porque Rosemary no solo orientó una carrera; abrió caminos. Y quienes la conocieron siguen caminando sobre ellos.