Escuela de Gestión Pública

Avanzar despacio para llegar lejos en la reactivación, por Elsa Galarza

​La situación macroeconómica del país previa a la pandemia era bastante sólida, en relación a otros países de la región: reservas cercanas al 30% del PBI, ahorro fiscal, deuda neta de gobierno en buen nivel, así como una inflación anual de 3% (últimos 10 años), y un PBI que creció a una tasa de 4,6% anual, en promedio, en dicho período. Prueba de esta solidez es que el gobierno pudo colocar, al inicio de la pandemia, deuda soberana en mercados internacionales a tasas de interés relativamente bajas para los estándares internacionales.

Pero, ¿cómo funcionaban los mercados de bienes y servicios? ¿La minería, pesca y construcción se habían dinamizado? ¿La inversión privada crecía? ¿Se generaban más empleos formales? ¿La demanda impulsaba el crecimiento del sector servicios (comercio, restaurantes, hoteles, etc.)? ¿La inversión pública generaba el impacto esperado? ¿El sistema de protección social funcionaba? ¿La pobreza urbana y rural estaban en descenso?

La economía real no estaba funcionando tan bien. El COVID-19 nos encontró en una situación de desaceleración de la actividad económica y su impacto fue tanto a la oferta como a la demanda. Generó una paralización casi total del sector productivo y de servicios (restaurantes, hoteles, servicios personales, comercio), que son intensivas en mano de obra, y en gran parte informal. Ello ha ocasionado que, según el reporte del INEI para el trimestre móvil abril-junio, en Lima se hayan perdido casi 2,7 millones de empleos. También que diversos especialistas estimen una caída de entre 12% y 15% del PBI para este año.


Luego de más de 100 días de aislamiento social obligatorio, el proceso de reactivación económica se potenció con los riesgos que significa no haber contenido aún la pandemia, ni en Lima ni en las regiones. El cierre de empresas y la desesperación de mucha gente por tener algún ingreso que les permita seguir alimentando a sus familias hizo presión para acelerar la reactivación, aunque el sector informal había empezado a funcionar mucho antes.

Si queremos ser efectivos en reactivar la economía en una senda segura, que evite retrocesos y contagios, la gestión debe avanzar despacio para llegar lejos en la reactivación. Ese avanzar despacio significa mejorar, en simultáneo, la atención de la salud de la población y la gestión de la economía en el territorio. No se podrá hacer lo uno sin lo otro; se necesita una gestión estratégica. Los principios básicos para una gestión eficiente y eficaz son: conocer cómo funciona lo que se va a gestionar, tener la mejor información disponible, y liderar a los actores relevantes. Tres elementos en los que el gobierno ha demostrado tener muchas dificultades.

Si se combina el fortalecimiento de la atención en salud con una evaluación de la intensidad de la transmisión del virus, se puede evaluar el reinicio de las actividades por regiones. Asimismo, con una comprensión de la estructura económica de cada región, el gobierno puede identificar rápidamente los lugares donde se puede reactivar la economía. Para hacerlo bien, se tendría que evaluar tanto el riesgo de transmisión del virus, como la relativa importancia económica de cada sector o subsector (generación de empleo, encadenamientos o contribución a la economía) en espacios territoriales específicos. Lograr todo esto con la colaboración del sector privado y organizaciones sociales es imprescindible. La magnitud de la crisis así lo requiere.


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